22/10/200727/01/2008

Picasso. Objeto e imagen

Comisariada por los expertos en cerámica picassiana Salvador Haro y Harald Theil, la exposición Picasso. Objeto e imagen examinó los métodos de trabajo del artista en los diferentes lenguajes que empleó y cómo se influyeron entre sí, a menudo aportando al proceso los desafíos de la forma y los materiales.

Desde sus primeras incursiones cubistas, Pablo Picasso tuvo una especial inquietud por explorar las complicadas relaciones entre la realidad y su representación artística. Esta preocupación se manifestó en la gran variedad de materiales y técnicas con los que trabajó a lo largo de su vida, cada uno de ellos con sus posibilidades y limitaciones, con sus propios desafíos, que el artista trató de acatar y someter al mismo tiempo a sus fines estéticos. En este sentido, Mourlot, el maestro impresor con el que editó la práctica totalidad de sus litografías, afirmó: “Ha mirado, ha escuchado, ha hecho lo contrario de lo que ha aprendido y le ha ido bien”.

Picasso creó arte a partir de elementos tan poco frecuentes entonces como objetos encontrados, chapa y materiales de desecho. “Yo no busco, encuentro”, declaró el artista, que en las formas cotidianas de una jarra de cerámica, del manillar de una bicicleta o de un simple tenedor descubría nuevos motivos para realizar sus obras.

Picasso. Objeto e imagen supuso una reflexión sobre estos hallazgos, así como sobre la correspondencia de temas y métodos entre los diferentes lenguajes empleados por el andaluz, con el fin de mostrar el conjunto de su obra de un modo total. La exposición reunió cerca de sesenta piezas realizadas con diversas técnicas y materiales. Entre éstas destacaron las de cerámica, disciplina que en numerosas ocasiones ha sido interpretada y estudiada de manera independiente con respecto al resto de la producción del artista y que sin embargo éste consideró como parte fundamental de su obra.

Aunque Picasso ya había mostrado interés por la cerámica en su juventud, no fue hasta después de la II Guerra Mundial cuando comenzó a trabajarla intensamente en la alfarería Madoura de Georges y Suzanne Ramié, en el sur de Francia. Esta disciplina le ofrecía nuevas formas de representación, alejadas de la pasividad asociada a los soportes pictóricos tradicionales, y la posibilidad de interpretar volúmenes y sugerir nuevos significados y formas, todo ello con la dificultad añadida — o quizá el reto— de trabajar con una paleta ciega, pues los pigmentos, además de ser limitados, muestran su verdadero color sólo después de cocidas las piezas.

Para establecer interrelaciones entre los diferentes lenguajes, los comisarios de la exposición Salvador Haro y Harald Theil yuxtapusieron las cerámicas del maestro con obras realizadas con otros procesos entre las que se apreciaba la relación tanto en lo referente a los temas como a su tratamiento. Asimismo se incluyó una magnífica selección de esculturas realizadas con objetos encontrados, entre las que se encuentraban La Grulla (1951-1953), Cabeza de Toro (1942) o Personaje (1935); así como las ánforas con forma de mujer, contrapuestas con dibujos preparatorios que permiten estudiar la forma de crear de Picasso, que explicó al respecto: “La gente ha dicho durante muchísimas generaciones que las caderas de mujer tienen forma de ánfora. Eso ha dejado de ser poético para convertirse en un cliché. Yo tomo un ánfora y con ella hago una mujer. Me hago cargo de la vieja metáfora, la hago funcionar en dirección opuesta y le proporciono un nuevo hálito de vida”.

 

La exposición