
20/06/202513/10/2025
Óscar Domínguez
Vista de una de las salas de la exposición © Museo Picasso Málaga
Óscar Domínguez (1906-1957) fue un destacado pintor originario de la isla de Tenerife, España, cuya obra se caracteriza por un estilo audaz y experimental, composiciones llenas de contrastes, donde lo real y lo imaginario se funden en imágenes perturbadoras y misteriosas. Su habilidad para crear imágenes impactantes le otorgó un reconocimiento importante dentro del movimiento surrealista y su lugar como uno de los artistas más originales y provocadores de su tiempo. Nacido en el seno de una familia dueña de plantaciones de plátanos en la isla de Tenerife, se traslada en 1927 a París para llevar los negocios familiares, ciudad en la que ya residirá hasta su muerte. El joven de 21 años no tarda en sumergirse en el vibrante ambiente artístico que bullía en la ciudad durante la década de los años treinta. Fue en este entorno donde se conectó con el grupo de artistas surrealistas, entre ellos André Breton y Salvador Dalí, quienes influirían considerablemente en su desarrollo artístico. Celebró su primera exposición individual en 1933, en el Círculo de Bellas Artes de Tenerife, auspiciada por la revista de expresión contemporánea Gaceta de Arte. En 1934 se sumó al círculo de Breton, incorporando al surrealismo un imaginario que se nutre de la impactante naturaleza insular y participando en las más relevantes publicaciones, exposiciones y en las actividades colectivas organizadas por el grupo parisino. Pintor visionario y magnífico constructor de objetos de funcionamiento simbólico, Óscar Domínguez fue el inventor de la «decalcomanía». Sus creaciones constituyen una de las más altas manifestaciones del impulso de juego de la imaginación. En palabras del comisario de la muestra, Isidro Hernández Gutiérrez, «su pintura busca dotar de sentido al ejercicio de la libertad creadora, entendiendo arte y vida como un único impulso en el que el azar, el deseo, el humor negro y lo irracional se dan la mano».
El alquimista del surrealismo insular
La infancia y adolescencia de Óscar Domínguez, transcurridas entre los perfiles agrestes de Tenerife, tejieron el tapiz íntimo de su mundo interior. Las playas de negra arena, los dragos milenarios y los mares de nubes que abrazan las cumbres canarias conformaron un imaginario que permanece presente, de forma persistente y simbólica, en su obra y que lo diferencia de otros surrealismos. Estos elementos no son solo paisajes, son materia viva que muta en su pintura en imágenes oníricas, donde las formas lávicas —herencia directa de su entorno volcánico— se funden con cuerpos mutilados y masas de color que se desbordan, como si el subconsciente brotara en erupciones de pincel. El aspecto lunar de algunos de sus escenarios no es fortuito: es el eco visual de una isla marcada por lo telúrico, lo aislado, lo cósmico. El drago de Canarias se eleva, en sus cuadros, como tótem y símbolo, y los mares de nubes adquieren una cualidad metafísica, que invita a una contemplación suspendida entre lo real y lo fantástico.
Domínguez convirtió este mundo mágico y primitivo en un lenguaje propio, inspirado quizás por la mitología prehispánica, de leyendas y civilizaciones antiguas transmitidas de generación en generación. Esta mitología insular se funde con los códigos del surrealismo europeo, pero filtrada por una sensibilidad volcánica, por una intuición atlántica. Así surgen sus artefactos en transformación, objetos de funcionamiento simbólico que parecen escapar de toda lógica utilitaria para abrirse como ventanas hacia lo imprevisto y lo irracional. Por ello, la obra de Domínguez posee un gran poder iconográfico. Cada trazo, cada ensamblaje de formas dispares, cada cuerpo roto o figura zoomórfica encierra una capacidad innata para crear imágenes visionarias y sorprendentes.
La magia del azar
Una de las aportaciones más singulares de Óscar Domínguez al arte surrealista fue la creación y desarrollo de la «decalcomanía», una técnica pictórica sin uso de prensa que consiste en aplicar pintura sobre una superficie y luego presionarla contra otra para generar formas impredecibles. Este método, que abre la puerta al azar objetivo, da lugar a texturas abstractas, orgánicas y sugerentes, cargadas de tensión visual. En manos de Domínguez, la decalcomanía se convirtió en mucho más que un recurso técnico: fue una vía hacia lo inconsciente, una herramienta poética que le permitió capturar lo irracional y convertirlo en imagen con poderosa fuerza simbólica. Óscar Domínguez trabaja asimismo en paisajes cósmicos en sus denominadas superficies litocrónicas una manera única de capturar el paso del tiempo en la materia pictórica. En estas composiciones, cuyo nombre evoca la piedra (lithos) y el tiempo (chronos), parece querer representar a través de texturas y técnicas experimentales la sedimentación del tiempo, revelando su atracción por lo ancestral. En palabras del comisario «La pintura de Óscar Domínguez nos ofrece una maquinaria onírica capaz de dinamitar la realidad inmediata a través de metáforas desviadas y desafiantes, pues sus creaciones constituyen una de las más altas manifestaciones del impulso del juego, libre e imprevisible».
Resistencia y amistad en el París ocupado
Tras la ocupación nazi de Francia, Óscar Domínguez no logró exiliarse como muchos de sus contemporáneos y en 1941 opta por regresar a su estudio en París, convirtiéndose en una figura activa dentro de las redes clandestinas de resistencia artística e intelectual contra el nazismo. A pesar del clima opresivo, su estudio se mantuvo como un lugar de encuentro para creadores comprometidos, en concreto con los jóvenes poetas de La manin à plume que desarrolla una intensa actividad editorial y de venta de obras de arte con el doble propósito de mantener viva la llama del surrealismo y de financiar a la resistencia.
Fue en este contexto donde se estrechó su relación con Pablo Picasso, a quien denomina «el hombre más sensacional de la época», y con el que compartía no solo el idioma, sino también una visión del arte como herramienta de resistencia y de transformación. Domínguez aprendió de la libertad formal y simbólica de Picasso, mientras que este valoraba la empatía y la energía volcánica y onírica del canario. Su amistad estuvo siempre marcada por el respeto mutuo y la complicidad creativa en medio de la oscuridad de la guerra. De hecho, la influencia de Pablo Picasso en la obra de Domínguez es evidente, ya que le inspiró a explorar la deconstrucción de las formas tradicionales y a experimentar con la perspectiva. Esta influencia se traduce en las figuras fragmentadas y distorsionadas que pueblan muchas de sus pinturas, donde se percibe un diálogo entre la tradición cubista y la poética surrealista.
Últimos años entre la sombra y el fuego
En la década de 1950, la vida de Óscar Domínguez estuvo marcada por una profunda inestabilidad personal y física, consecuencia de una enfermedad degenerativa que además de afectar a su físico y su carácter, le generó una creciente melancolía. A pesar de ello, su producción artística no se detuvo; al contrario, adquirió una dimensión más corpórea, introspectiva y simbolista.
Su estilo se volvió más sombrío, con una paleta menos explosiva pero cargada de densidad emocional, donde persistían las formas metamórficas y los ecos de sus paisajes interiores. Continuó explorando objetos en transformación, superficies cargadas de sentido y motivos míticos, aunque con un tono más austero y casi elegíaco. Su obra siguió dialogando con el surrealismo, pero ya con una voz plenamente individual, despojada de artificios. Domínguez falleció el 31 de diciembre de 1957 en París.

Comisariado: Isidro Hernández Gutiérrez
Doctor por la Universidad de La Laguna, es Conservador Jefe de la Colección de TEA Tenerife Espacio de las Artes. Ha comisariado varios proyectos sobre Óscar Domínguez, su época y su contexto. De la mano de Ana Vázquez de Parga, en 2006 coordinó Éxodo hacia el sur: Óscar Domínguez y el automatismo absoluto. Participó con el Museo Cantini (Marsella) en la retrospectiva dedicada al artista en 2005. Ha comisariado las exposiciones Óscar Domínguez: una existencia de papel (2011); Óscar Domínguez entre el mito y el sueño (2014-2016); junto a Pavel Stepanek, Óscar Domínguez en Checoslovaquia, 1946 – 1949 (2017) y Óscar Domínguez: la conquista del mundo por la imagen (2023). En su faceta como escritor obtuvo en 2007 el Premio Emilio Prados del Centro Cultural de la Generación del 27 de la ciudad de Málaga.
La exposición
«Deja caer lentamente y gota a gota los colores fríos, luego los cálidos, una hora después las curvas inventadas, la ternura, el odio y la esperanza»
Óscar Domínguez, 1947

Vista de una de las salas de la exposición © Museo Picasso Málaga

Vista de una de las salas de la exposición © Museo Picasso Málaga
«Él, en este surrealismo de entre las dos guerras, fue sencillamente un niño salvaje, ajeno a todo orden dialéctico»
Domingo Pérez Minik, 1958

Vista de una de las salas de la exposición © Museo Picasso Málaga

Vista de una de las salas de la exposición © Museo Picasso Málaga

Vista de una de las salas de la exposición © Museo Picasso Málaga

Vista de una de las salas de la exposición © Museo Picasso Málaga