Pablo Picasso junto a la cabra Esmeralda y el bóxer Jan, La Californie, Cannes, 1956. Fotografía de Edward Quinn, © edwardquinn.com © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2023

Picasso, una «existencia frugal»

Naturaleza, comida, hogar y fiesta

Los libros nos hablan en innumerables ocasiones de un Picasso global. Se subraya una y otra vez la universalidad de su arte, el impacto transfronterizo de su obra, y, especialmente en los últimos años, cómo su manera de concebir la pintura, la escultura, la obra gráfica, el dibujo y la cerámica, han dejado una huella indeleble en geografías convencionalmente alejadas del circuito del arte europeo y norteamericano.

Sin embargo, a pesar de ser uno de los artistas más aclamados del siglo XX —con todas las consecuencias y exigencias de la fama— y sin excluir ese carácter global, Picasso llevó una vida eminentemente local. Y es precisamente esta «localidad» la que determinó muchos de los aspectos fundamentales por los cuales reconocemos sus obras: retratos de familiares y amigos, escenas de festividades, la reinterpretación de los orígenes (grecorromanos), las prácticas artísticas vernaculares, entre otros.

Málaga, La Coruña, Barcelona, París, Boisgeloup, Antibes, Vallauris, Cannes, Vauvernages y Mougins, en Picasso observamos cómo después de pasar por grandes ciudades del arte, continuamente busca refugio en núcleos alejados de bullicio citadino. Poblaciones rodeadas de naturaleza en las que, como anfitrión, recibe a otros artista, intelectuales y galeristas, reuniéndolos alrededor de una mesa y creando acogedoras y distendidas escenas domésticas sin protocolos ni códigos de vestimenta.

Estas escenas las podemos conocer a través de las fotografías que Brassaï, David Douglas Duncan, Edward Quinn, Robert Doisneau, Lucien Clergue, Willy Rizzo, entre muchos otros fotógrafos, tomaron a lo largo de la vida de Picasso. Además de ofrecer una lectura del artista en clave biográfica, estos reportajes han servido para subrayar el fuerte vínculo que, en Picasso, se puede reconocer entre la experiencia vivida dentro de un entorno que conserva unas características más o menos estables —como el local— y una obra cuya presencia arrolladora pervive en nuestra contemporaneidad.

Entre las características que podríamos definir como locales, destacan cuatro por su presencia constante en las fotografías de Picasso: la naturaleza, la comida, el hogar y la fiesta.

La naturaleza

«Picasso, que puede amar o aborrecer a los hombres, adora a todos los animales […]. En Bateau-Lavoir tenía tres gatos siameses, un perro, un macaco, una tortuga; en el cajón de su mesa vivía un ratón blanco domesticado. […] En Vallauris tenía una cabra; en Cannes, un mono. En cuanto a perros, ni un día ha estado sin su compañía. […] Si dependiera solo de él, estaría rodeado siempre de una verdadera arca de Noé»[1].

La comida

«Cathy, Paloma y Claude, sobrinas, sobrinos y amigos llegaban a Vauvenargues en sus vacaciones […]. Se celebraban almuerzos llenos de colorido, con pan recién salido del horno, zumos de frutas frescas, tomates de los huertos cercanos y saucisson ahumado, que colmaban la vajilla casera, antes de que comenzara la corrida cotidiana»[2].

El hogar

«Picasso y Jacqueline vivían una existencia frugal, casi monástica. Rara vez ella dejaba sola la casa; sólo lo hacía para ir al mercado o de compras, o para salir en busca de suministros urgentes cuando él estaba encerrado en su estudio, rodeado por telas todavía húmedas. La villa carecía de comodidades modernas y sólo disponía de unos cuantos muebles dispares, sin cortinas ni tapicerías, y de unas cuantas piezas de lata y de porcelana desaparejadas […] no obstante, era un lugar noble»[3].

Pablo Picasso tocando la trompeta durante el desfile que precedió a la corrida de toros en su homenaje, 1954. Fotografía de Edward Quinn, © edwardquinn.com © Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid, 2023

La fiesta

El espíritu jovial y alegre de Picasso está descrito por muchas de las personas que lo visitaron a lo largo de su vida. Además de presidir y acudir con interés a corridas de toros y otras festividades públicas y oficiales, «una visita a Picasso siempre significaba una aventura [4]»: «El momento en el que más se necesitaban los disfraces era cuando llegaban visitantes, sobre todo del extranjero. Cuanto menos conocido o más intimidador era el visitante, mayores eran las posibilidades de que se topara con Picasso, no como esperaba, sino como una pequeña figura burlesca luciendo quizá gorra de navegante, gafas de concha, una nariz roja, patillas negras y blandiendo a lo mejor un sable. Cuando su aspecto grotesco lograba anular eficazmente el primer desconcierto del encuentro, Picasso surgía de detrás de la máscara con los ojos encendidos por la risa y una expresión todavía enigmática.» [5].

[1] Brassaï. Conversaciones con Picasso. Madrid, Turner, 2006, p. 239.
[2] David Douglas Duncan. Adiós Picasso, Barcelona: Nauta, 1975 p. 255
[3] David Douglas Duncan. Op. cit. p. 221
[4] Roland Penrose. Picasso. Su vida y su obra, Barcelona: Argos Vergara, 1981, p. 361.
[5] Roland Penrose. Op. cit. p. 361.