En la primavera de 1914, tras un paréntesis de cuatro años, Picasso volvió a crear esculturas cubistas de bulto redondo y multiplicables con una serie de seis bronces fundidos a partir de un original de cera, todos de la misma forma, pero diversamente decorados. Esas esculturas, individual y colectivamente tituladas Copa de absenta, son notables tanto por su manera de prolongar las tradiciones del modelado y la reproducción en metal como por su radical alejamiento de las fórmulas convencionales. Es importante que Picasso, en colaboración con su marchante parisiense Daniel-Henry Kahnweiler, abriera nuevos caminos al no hacer duplicados sino seis obras de arte singulares, y por ello también muy cotizadas en el mercado.
Para crear Copa de absenta, Picasso se valió de todo un muestrario de prácticas escultóricas, lo que habla de su eclecticismo. En sintonía con el afán de innovación del arte moderno, desarrolló la idea del múltiple singularizado a la vez que refinaba el motivo clásico de la copa en una versión cada vez más aislada y duradera, no solo como parte de su experimentación cubista sino también para la escultura moderna en general.
Es probable que en el verano de 1913 hubiera visto sendas versiones en yeso del Desarrollo de una botella en el espacio de Umberto Boccioni y las Formas-fuerza de una botella del mismo artista, ambas de 1912 y expuestas en París. En un ejemplo de influencia artística a la inversa, las botellas de Boccioni le dieron la idea de un tratamiento tridimensional más concentrado del simple recipiente para beber. Al mismo tiempo, Picasso asimiló aspectos de otras obras de arte que trabajaban con el bulto redondo o utilizaban como material objetos fabricados en serie. Entre esos estímulos habría que contar las figuritas de barro y las imágenes vestidas de Málaga, las estatuas africanas y oceánicas, y la pequeña bailarina de Edgar Degas. Como primera unidad de la serie *Copa de absenta *(la prueba de artista), la pieza de bronce que aquí comentamos refleja tanto las fuentes de Picasso como su inventiva, y es la Copa de absenta que conservó para sí.
Por su pequeño tamaño, cada Copa de absenta cabe en la mano y se puede hacer girar entre los dedos, como haríamos con la copa que nos sirven en un café. Pero aquí el peso del material broncíneo trastoca la delicadeza de su equivalente cotidiano y su contenido: la transparencia pasa a ser opacidad y el líquido se solidifica. Por otra parte, el peso del metal está aligerado por el complejo programa decorativo que Picasso concibió para cada Copa de absenta en las semanas siguientes a su fundición. Esta pieza, pintada con óleo rojo homogéneo en la parte inferior y óleo blanco con acentos en rojo encendido, amarillo y negro en la parte de arriba, es una de las dos versiones lisas y desornamentadas de la serie, y explicita el reto que planteaba el color para la forma cubista. El análisis visual de sus diferentes lados confirma que, más que el perfil esquemático de copa «cubista» y la capa de pintura en crudo, es la incorporación de un elemento real —la cucharilla de metal blanco para la absenta, inserta en cada vaciado entre el vidrio modelado y el terrón de azúcar— lo que permite al espectador situar este bronce singular en el contexto de la cultura del bebedor parisiense.
Tomado de: Luise Mahler, «La copa de absenta», en Diálogos con Picasso. Colección 2020-2023, Málaga, Fundación Museo Picasso Málaga, Legado Paul, Christine y Bernard Ruiz-Picasso, 2020, pp. 136-139.